
En los siglos VI a IV antes de Cristo, surgió una nueva forma de ver el mundo, no como algo controlado por los dioses sino como una inmensa máquina gobernada por leyes fijas e inmutables que el hombre podía llegar a comprender. Fue esta corriente de pensamiento la que puso las bases de las matemáticas y las ciencias experimentales.
La mayoría de los filósofos griegos de la antigüedad creía que la materia era continua y podía dividirse interminablemente en porciones más pequeñas. Sin embargo, Leucipo, con sólo su intuición, concluyó que debería haber partículas que ya no pudiesen subdividirse más. Aproximadamente en 400 a.C., su discípulo, el filósofo griego Demócrito, sugirió que toda la materia estaba formada por partículas minúsculas, discretas e indivisibles, a las cuáles llamó átomos (del griego a, que significa “no”, y tomos, “cortar”). Sus ideas fueron rechazadas durante casi 2000 años, pero a finales del siglo XVIII comenzaron a ser aceptadas. No fue sino hasta 1808 que John Dalton resumió y amplió los conceptos de los antiguos filósofos y científicos griegos. Dio a conocer su Teoría Atómica, considerada una de las obras más relevantes dentro del pensamiento científico. Publicó un trabajo científico titulado A New System of Chemical Philosophy, en el que presentó su visión sobre los átomos.