Las actividades que desarrollamos cotidianamente dependen, en su gran mayoría, de nuestro acceso a servicios energéticos asequibles y de confianza. El sistema energético sustenta a todos los sectores económicos, desde la agricultura y ganadería (sector primario), hasta el comercio, los servicios y el transporte (sector terciario)1. Sin electricidad no podríamos tener acceso al agua en las ciudades, no podríamos refrigerar nuestros alimentos para evitar que se descompongan, ni tampoco podríamos tener servicios de salud eficientes y adecuados en los hospitales.
Sin lugar a dudas, la electricidad es muy necesaria y nos ayuda a impulsar el crecimiento y desarrollo económico del mundo, el problema es que mucha de la energía que consumimos aún proviene de combustibles fósiles (carbón y petróleo) que producen el 60% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo2. Se ha comprobado que estos gases tienen un impacto en la temperatura media mundial de la Tierra3 y se les atribuye, por tanto, un papel determinante en el cambio climático. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), aproximadamente 2,800 millones de personas dependen de la leña, el carbón vegetal e incluso el estiércol para cocinar y tener calefacción en las temporadas de frío, lo que genera más de cuatro millones de muertes por intoxicación2.
Foto de: RitaE, insert_link Pixabay.
Por ello, es de suma importancia que transitemos hacia energías más limpias y sostenibles como la solar, la eólica y la hidráulica que nos permiten aprovechar los recursos naturales que tenemos disponibles sin impactar negativamente nuestro entorno y a la vez facilitan el acceso a las comunidades más apartadas de las grandes urbes.
Es así que la ONU propone en el marco de la agenda 2030, el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS)7, que pretende garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todas las personas.