El feudalismo se puede caracterizar por los siguientes rasgos:
- Economía natural y agraria.
- dispersión del poder político.
- estructura de clases con poca movilidad, en cuya cúspide se encontraban los clérigos y la nobleza y en la parte más baja, los siervos.
Economía natural y agraria.
Economía natural es aquella anterior al uso de la moneda. En el feudalismo la agricultura era la actividad económica fundamental. Por ello quien poseía la tierra detentaba al mismo tiempo riqueza y poder. Había tres tipos principales de propiedad de la tierra: corporativa (de la Iglesia); privada, en manos de la nobleza feudal, en menor medida, de algunos siervos denominados villanos; y comunal, en manos de las comunidades campesinas. Existían recursos y terrenos a los cuales todos tenían acceso: bosques, aguas, praderas, etcétera. En la ilustración se puede ver con claridad la tecnología utilizada: una yunta con caballos y un arado para roturar la tierra.

La unidad económica y política de esta sociedad eran los señoríos o feudos, los cuales estaban formados por una aldea y una tierra cultivable. La tierra estaba concentrada en pocas manos: el propietario (señor feudal) otorgaba a los siervos algunas parcelas, quienes le pagaban renta mediante un porcentaje en productos y servicios. Los siervos también producían lo necesario para su sustento diario, lo cual implica que no se había dado una división del trabajo entre agricultura y artesanías. Por esto el comercio no se desarrollaba a un ritmo importante, ya que en los feudos se producía casi todo lo necesario.
El feudalismo tenía una economía premonetaria, es decir, aquella que no precisa de la moneda para su funcionamiento. La moneda había existido siglos antes del feudalismo, pero como a la caída de Roma sobrevino una decadencia general, se volvió a estadios económicos primitivos. He aquí, sin duda, un ejemplo de regresión histórica
Dispersión del poder político.
El poder político se encontraba disperso, debido a que los señores feudales eran amos en sus propios territorios. Varios feudos podían formar un reino, a cuya cabeza se ubicaba un rey; pero éste era más una figura decorativa que un individuo con poderes suficientes para dominar en todo un reino: el rey no tenía un ejército propio, no contaba con suficientes recursos económicos, carecía de una burocracia, etc. Es decir, a final de cuentas, era un señor feudal a quien se le debía obediencia, pero que con frecuencia no tenía la fuerza necesaria para imponerse por las armas o las leyes.
En la sociedad feudal existía una cadena de dependencias que iban hacia arriba, hasta el emperador y el papa, pero por lo mismo se precisaba de ciertas relaciones llamadas de vasallaje, es decir, el reconocimiento que se hace a un superior de su autoridad y al cual se le rinde obediencia. Es notoria una gran contradicción política del feudalismo: mientras la Iglesia y los reyes más o menos poderosos mantenían una pretensión de lo universal, de gran dominio unificado, los señores feudales tienden a la atomización y el regionalismo, pretendiendo mantener su poder local.
